En el mundo del fútbol ya no hay enanos ni pigmeos. Hay vencedores o perdedores. Cada uno escoge donde quiere estar, de acuerdo a los esfuerzos personales o colectivos. No por “chiripas”....
Por Lafitte Fernández
La embajadora de Costa Rica en El Salvador, Adriana Prado, no aguantó más: se paró de la mesa y sentenció: “no aguanto los nervios. Me voy a tomar una cerveza. Estos italianos me van a matar”.
Italia asediaba. Balotelli, un moreno con un corte de cabello de esos que parten la cabeza en dos como las bíblicas aguas del Mar Muerto en tiempos de Moisés, aspiraba a volverse en un dolor de cabeza.
Por momentos amenazaba con empatar el juego. Pero muy pronto la amenaza se evaporaba.
La diplomática costarricense caminaba de un lado a otro y usaba una palabra que no escuchaba desde casi desde mi niñez: “záfala…záfala…záfala”. De paso colocaba, uno sobre otro, dos de los dedos de su mano.
Con eso Mimi, como se le llama a la buena embajadora Prado, intentaba darle mala suerte a las jugadas o las intentonas de los italianos de llegar hasta el marco costarricense defendido por Keylor Navas.
Ese “záfala”, que ni siquiera aparece en el diccionario de la Real Academia y no estoy seguro si se escribe así, me sonó monumental en ese momento. Y luego solté la risa.
Mimi es una máquina de esfuerzos y constructora de grandes sueños. Estaba más nerviosa que nunca. A su lado tenía al embajador de México, un viejo amigo suyo, que se comportaba como el más solidario amigo de los costarricenses.
Esa palabra me recordó los viejos juegos en los que participaba cuando era niño. El vocablo siempre fue un esfuerzo casi de renegados para invocar la mala suerte contra el competidor para que falle en su desempeño.
Un grupo de personas, entre ellos varios costarricenses, estábamos en la sede principal de La Constancia , donde construyeron, con una enorme delicadeza, gusto y maderas finas, una vieja cantina o bar. Más que un bar, aquello parece un museo de la industria cervecera salvadoreña. Vale la pena estar ahí.
Ahí era donde mirábamos el partido de Costa Rica-Italia unas pocas familias costarricenses, invitados, entre otros, por Ernesto Sánchez, un personero que le ha dedicado 29 años de su vida a La Constancia desde un cargo de entera confianza de sus accionistas de Sudáfrica.
Pero también estaban ahí, asombrados por el desempeño costarricense, gente como Rodrigo Ávila, ex candidato presidencial de ARENA, o Luis Mario Rodríguez, ese buen analista político que labora para FUSADES.
Cuando el partido empezó, Costa Rica era, frente a los ojos del mundo, una suerte de condenado a muerte. La verdad es que, pese al buen fútbol que mostró frente a Uruguay, Italia tenía todas las apuestas a su favor. Un milagroso empate era la máxima oportunidad que se daban la mayoría de costarricenses.
Por eso es que cuando Bryan Ruiz, un experimentado jugador que se desempeña en el fútbol profesional de Holanda, metió el único gol del partido con su cabeza, todos los invitados por La Constancia, saltamos hacia el cielo como si quisiéramos volar.
Ocurría de nuevo lo que sucedió contra Uruguay: había que creerse nuevamente el sueño. Y luego caminar hacia delante.
Hace varios días, cuando escribí una crónica del partido Uruguay- Costa Rica desde Fortaleza, Brasil, alguien hizo un comentario al pie de mi escrito: “es chiripa”.
Esa es otra palabra que pocas veces utilizamos los centroamericanos. Significa que el gane costarricense era producto de la suerte, de un hecho sobreviniente no ganado, necesariamente, con valor y esfuerzo.
No quise responder al lector. Yo no creo que en un partido de fútbol las cosas se ganen a base de suerte o con ausencia de esfuerzo o método.
El gane de Costa Rica contra Italia fue la mejor muestra de que cuando un país camina en equipo, con disciplina, con hambre de triunfo, con todo lo que dan los músculos y el sudor, se pueden conseguir las metas que nos proponemos.
En esa selección costarricense hay gente muy joven que hace tres años no tenían dinero ni para comprarse un almuerzo en un restaurante. Pero llevaban un enorme talento en su interior y una hambre de éxito, que sus vidas se las arreglaron para siempre. Y de paso, le han dado dignidad, esperanza y alegría a un pequeño país centroamericano que todos lo tenían, literalmente, como un condenado a muerte.
El “záfala” de la embajadora Prado fue, para mí, histórico. Parecía un hipnótico y prolongado concierto solista. La embajadora convocó la memoria pura. Pero, sobre todo, sus gritos representaban un alma conmovida que trataba de halar una victoria colectiva. No individual.
Sospecho que todos los que estábamos en La Constancia teníamos una feroz lucha interna. Todos queríamos que ganara Costa Rica. Al fin y al cabo, con el gane de Costa Rica gana Centroamérica. De eso no cabe ninguna duda.
Tal vez lo mejor de todo es que el mundo ya no puede mirar el fútbol de la región como el mal producto de unas canillas poco curtidas. De aquí en adelante todos verán a los centroamericanos como una de las regiones donde más ha crecido el fútbol. ¿Producto de la suerte, de la chiripa? No. Decir eso es tratar de crear una estampida mental injusta.
La televisión ha eliminado la necesidad de inventar entretenimientos. Este viernes la televisión de La Constancia sirvió para algo más: probarnos a todos que en el mundo del fútbol ya no hay enanos ni pigmeos. Hay vencedores o perdedores. Cada uno escoge donde quiere estar, de acuerdo a los esfuerzos personales o colectivos. No por “chiripas”.